Un hombre normal

ISBN-13: 987-84-17198-61-9

ISBN-E-Book: 978-84-17198-62-6

Editorial: Bohodón Ediciones

Sinopsis

Arturo, experimentado profesor de Física, pide la excedencia para abstraerse de la realidad y tal vez analizarla a distancia, para encauzar su vida tras los extremos soportados, darle reposo a su espíritu y descanso a su cuerpo. Las leyes científicas, que domina bien, le son insuficientes para encontrar la paz. En el norte, hacia el que orientará su viaje, descubre la importancia de las raíces; las suyas tienen un arraigo insospechado  a orillas del mar Cantábrico y otro en las montañas cercanas coronadas de nubes.

Ha luchado contra la vida, le llegó la hora de vencer: a los fantasmas del pasado, al sufrimiento de la enfermedad, a las malas decisiones, a la soledad y a la incertidumbre; llegó el momento de caminar libre y carretera arriba, de trocar el gris por el delicioso color del flan, de subir rebasando el miedo hasta encontrar el amor, de crecer incluso ante la probabilidad de desarrollar el terrible síndrome de Steinert.

Fragmentos del libro:

 

 

El protagonista, Arturo Antero Nogaleda, profesor de Física en un colegio de Madrid, con edad para vislumbrar una jubilación anticipada, pide un tiempo de excedencia y llega al norte, tierra de sus abuelos, en medio de una furibunda tormenta:

Cuesta arriba era más dificultoso continuar, la solidez del firme desaparecía debajo de la torrentera que discurría, veloz, hacia abajo, en mi contra; me aterró la sensación de pérdida de adherencia. En situaciones extremas es el instinto el que toma las riendas, puedo corroborarlo, y él me guio hacia la derecha, tomé de nuevo una bifurcación, esta vez, hacia arriba. Tal vez el nuevo pavimento fuera más irregular, porque noté las ruedas más seguras, a pesar del aspecto de río que el camino tomaba por momentos. Ascendía por una pista sinuosa, desconocida, sin más iluminación que mis faros acuosos, bordeada de vegetación espesa por las dos orillas: troncos gruesos que desaparecían en las alturas, zarzas apretadas, helechos enormes, numerosos troncos más finos, como ramas apretujadas que parecían haber crecido para hacer de techumbre a la carreterilla, y que después supe que eran avellanos. Menguó mi miedo a despeñarme, la espesura no lo permitiría, pero la posibilidad de embarrar las ruedas y quedarme atrapado, tal vez arrastrado hacia abajo, sin control, me desbocó la respiración.

 

En la aldea encuentra la casona de la abuela y a Fina, la anciana vecina que le conoció de niño y que le recuerda que todo lo que tiene en el mundo es una prima:

―Buenas tardes, señora. Perdone la molestia. Me dijeron que es usted quien guarda las llaves de… de mi casa.

―Pues sí que te has hecho un hombrón, y eso que de chico no comías.

―¿Se acuerda de mí?

―Anda que no luchó nada tu abuela para sacarte arriba. Si levantara la cabeza y te viera… Así que Arturín… bah, ahora te pega más Arturo, sobre todo con esa barba, está una tentada a tratarte de usted.

―¿Me puede dar esas llaves, por favor?

―Así que vuelve el nieto de Luisa convertido en novelista. ¡Qué cosas pasan!

―Si me diera las llaves…

―Las tengo, las tengo. Aquí mismo. Desde que murió Luisa no han salido de mi casa, puedes estar tranquilo, que nadie hizo copias. Lo que no sé es si la hija de tu tía Alejandra pudiera tener otras. Quedáis vosotros solos, los dos primos. Y esa hermosura de casa ahí, pudriéndose. Menos mal que viniste tú. Claro que… no sé si mejor fuera que… ¿de verdad vienes para quedarte ahí?

Los días transcurren lentos, las noches más. Arturo alivia sus recuerdos y su incertidumbre aceptando el oficio de escritor que las circunstancias le atribuyeron:

Comprender. Cada día estoy más seguro de que comprender es el objetivo de escribir. A lo mejor no es la meta, sino la consecuencia, el producto del trabajo. Bueno, no se excluyen, habría que seguir tras ese objetivo, descubrirlo. La abuela repetía muy a menudo que el miedo guarda viñas, y ahora entiendo que estaba convencida de que educar era infundir temor, porque identificaba con él al respeto y se sentía en la obligación de educarme, es decir, mantenerme a raya a base de miedo. Sí, puede que el miedo guarde las viñas,  a costa de envenenar las uvas, porque saca lo peor de la persona, hace germinar y prosperar las semillas del mal que todos, sí, yo creo que todos y cada cual, llevamos dentro.

 

Empieza a relacionarse con algunos vecinos, descubre que en cada familia se esconde una tragedia y también deja que aflore la suya:

Soy consciente de que tuve unos instantes de ausencia, y de que eso y el hecho de que no pude contener a tiempo una lágrima alarmó a Chucha. Ella terminó la conversación metiéndose en la cocina también con el borde del delantal en los ojos.

―¡Ay, madre! ¡Qué le pasa, hombre! ¡A ver si le va a dar algo, por Dios, por culpa de un postre!

―Perdone, Chucha, no tiene importancia.

―¡Cómo no va a tener, si a poco más y le da un aire! ¡Ay, madre! No se preocupe, que no se lo pongo más.

―Chucha…, no se vaya, que le debo una explicación.

―¡Qué me va a deber! No lo quiere y ya está. A lo mejor es una alergia, o una manía, o lo que sea, no se preocupe, que no se lo pongo más. Oiga, que si hay otra cosa con lo que le pase esto, dígamelo.

―No, no, de ninguna manera. Si me lo voy a comer, tráigalo. Es que no pude controlarme,  tendré que aprender a hacerlo. Chucha, venga aquí, que le tengo que decir una cosa.

―Dígame.

―Hace menos de un año perdí a mi hijo.

―¡Ay, probín! ¡El neñu y usté! Eso no lo sabía yo. ¡Vaya por Dios! Eso no había de pasar nunca.

 

Poco a poco va creciendo su círculo de relaciones, y el número de parientes. Y al tiempo que se enfrenta al terrible pasado, acepta el futuro que la Vida aún le ofrece…

 

 

 

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