Ecos de aula
ISBN: 978-84-15359-03-6
EDITORIAL: Celya
Sinopsis:
En el día de la Paz, los chiquitines de Educación Infantil salen del colegio, emocionados, blandiendo su palomita decorada; la casualidad propicia que, desde el coche, una profesora observe a una de sus alumnas mayores vistosamente maquillada y relativamente vestida, entrando en un chalet de fama dudosa; el comportamiento anómalo de un muchacho que se refugia en el silencio; las conversaciones cazadas furtivamente entre los chicos o las palabras y comportamientos de algunos padres cuando se ignoran escuchados. La vida privada de cada profesor, de cada alumno, los sentimientos que inevitablemente afloran desde la convivencia escolar, que ocupa tantas horas diarias…
Las consecuencias de todas y cada una de esas circunstancias revierten en el caminar diario de la Escuela. En las aulas, como en cualquier grupo humano, resuenan las historias. Con la salvedad de que una Comunidad Educativa no es una asociación cualquiera: es el reducto en donde nuestros hijos, nuestras esperanzas, se nutren y crecen. Por eso entre nosotros ha de reinar la coherencia, porque las almas jóvenes aprenden de los ejemplos.
Fragmentos del libro:
La portada es un montaje de dos fotografías: uno de los pasillos de mi colegio y otra del grupo de alumnos que en 2012 cursaban segundo de bachillerato.
Uno de los relatos del libro: “Esther”, tal vez el más duro.
Esther
Primer Premio en el Certamen Internacional “Álvarez Tendero” de Jaén –Agosto 2002
No puedo soportar la idea de que va a empezar otro día. Y dentro de unos —minutos ese maldito despertador va a sonar, y tendré que levantarme, no solo el cuerpo, sino la cara; cada día es más costoso levantar la cara. Por lo menos han traído el gas por la tarde, pensar en una ducha caliente ayuda a moverse. Y si es verdad que ayer hizo compra, podré desayunar algo. ¡Qué hambre! Si no me hubiera encerrado en mi cuarto anoche… Pero no podía aguantar más, prefiero que me aúlle el estómago a soportarlos. A lo mejor ha traído chocolate de almendras. ¡Qué cosas, nada me quita el apetito! Ni la gripe, ni las preocupaciones, ni siquiera ellos. Me revuelve su presencia, siento impulsos de matarlos, pero las ganas de comer, intactas. No se oye nada. Claro, él duerme la mona hasta las tantas y la zarrapastrosa de ella… Mi madre es una desastrosa. No, es una cabrona. Bueno, las dos cosas, a partes iguales. Yo nunca tendré hijos, de eso estoy segura. Si por lo menos me doliese la tripa… y ya van seis días. Seguro que fue el hijo de puta de los viernes. ¡Maldito! ¡Maldito! ¡Maldito! ¡Maldito seas! ¡Y maldita sea esta bruja de madre que me ha tocado! ¡Malditos todos! ¡¡Sola!! ¡Quiero estar sola! ¡Saldré adelante, malditos! ¡Llegaré arriba y os escupiré ¡ ¡Maldito despertador! ¡Cállate ya!
– ¡Ay! Esta muchachita, que casi llega tarde. Date prisa, hija, que ya iba a cerrar la puerta.
– Gracias, sor. Es que me he dormido un poquito hoy… si nunca me pasa.
– Anda, anda, con lo maja que tú eres, mira que no te pega nada retrasarte…
– Solo ha sido hoy, sor Antonia, y por un pelo pero he llegado.
– Por eso te he esperado, anda, corre, sube. Mira que si te quedas sin clase, con lo aplicada que eres tú…
Ya subo, tía estúpida. Tú por lo menos eres solo eso, una estúpida de los pies a la cabeza. La carita de inocente, un gracias, un por favor que te haga sentir importante, una sonrisita y ya soy majísima. ¡Pobre monja! Ésta es de las tontas, de las manejables.
– Esther, por favor, apura un poco más que vamos a empezar la clase.
– Ya, ya voy. Es que…¡uf! … hoy por poco no llego.
– Venga, siéntate y recupérate del sofoco.
Otra maravillosa sonrisa. Y ya van dos apenas empezado este día miserable. Debería cobrar por ellas, cada una me cuesta un poco más. Otros días parece que salen solas, cuestión hábito. Pero la arpía ésta no traga, no es como la portera. Mira que a ésta la trabajo duro, y aún no sé yo… Ésta es una maldita, como ellos, como todos. A poco y se da cuenta del tinglado de los viernes. No sabía si reírme o llorar cuando la bruja doméstica vino a dar la cara. ¿Doméstica? Bruja sí, indiscutible, es una bruja cabrona, pero de la domo no se ocupa, a veces no aparece ni a dormir, la muy puta, “trabaja” mucho, pero después me roba lo que puede ¡maldita! ¡maldita! ¡maldita!
¡Qué bien se me da eso de maldecir mientras pongo cara de aturdida y cándida adolescente, de atentísima alumna! ¡Maldita filosofía y maldita la cabeza hueca que maquinó el ponerla a las ocho de la mañana! ¡Oh, Dios! Hoy todo es maldito. Si por lo menos me doliese la tripa…
Esta monja es gilipollas. Cuenta a Santo Tomás como si se lo creyera. Anda que si fuera verdad que se lo cree… pero no. Ésta es de las que se metió en el convento para medrar, para ser cabeza de ratón en vez de cola de león. A ver, qué iba a hacer ella por el mundo con su cerebro. Y aquí dentro brilla un poquito. Pero es astuta, la muy zorra. Menudo susto me metió en el cuerpo.
– Esther, ¿Qué pasa los viernes?
– Nada, sor ¿por qué?
– Hoy me pides permiso porque te encuentras mal, el pasado tenías médico y el anterior no sé qué otra cosa, el caso es que a las once de la mañana desapareces.
– Pues no sé, sor María, la verdad es que tiene razón, también es casualidad.
Me río yo de la basura esa, de esas actrices de cine. Yo sí que actúo. De momento coló y me dejó marchar, menos mal, porque el muy hijo de puta … ¡tiene que ser a las doce de la mañana y con uniforme! ¡Pervertido de mierda!
¡Y dale con la existencia de Dios! ¡Qué pesadez, el Santo Tomás de las narices! Menos mal que ésta no pregunta, basta con calarse la careta y asentir de vez en cuando, como si todo me pareciese perfecto. Lo estoy haciendo mal, no me estoy enterando de palabra y después me tocará masticármelo sola. Porque la tía ésta es una pécora, pero explicar, explica, la verdad. Se sabe el rollo y se esmera en contarlo, sabe contestar dudas y eso tiene mérito. Y lo otro también, comprendo que es su trabajo enterarse de la vida y milagros de sus chicos. Concedido, no es mala profesora y no es mala tutora, pero conmigo va lista. Solo pensar que pueda sospechar algo, me apetece morirme. Vino mi “señora mamá”, ya me ocupé yo de que no se embadurnara las arrugas y de elegirle una ropa decente, y le colocó un rollete sobre un tratamiento y no sé que más de la alergia… como está de moda… Y yo que creo que tampoco se lo tragó… Me va a volver paranoica, la filósofa ésta.
No puede ser, estoy perdiéndome todo el bodrio del Santo Tomás ese. Es que no puedo más. Ésta maldita tripa que no quiere… o que no puede … ¡qué marrón!
Sí hombre, lo que me faltaba, el imbécil de David. Éste bebé se cree que puede ligar conmigo como si yo fuera una de esas pánfilas… ¡Qué horror! ¡Joder, otra notita! ¡Muérete tío! ¿No ves que yo emito en otra onda? ¡Para parejitas estoy yo! Los bípedos de tres patas se dividen en dos grupos, los idiotas y los verdugos. Y tú debes ser de los primeros, guapito. ¡Déjame en paz! A todos os exprimiré como a limones, malditos, a los dos bandos, cuando llegue a ocupar mi sitio, el definitivo, el lugar limpio que me corresponde. Yo sola. La mitad de la humanidad se merece la hoguera, y parte de la otra mitad también porque hay demasiadas mujeres detestables. ¡Y van tres notitas! Pero… ¿Qué te has creído? Te las vas a tragar…
– ¡Esther!-ç
– ¡Mierda! ¿Es que tienes ojos en el culo, monja asquerosa?
– Lo siento, sor, es que…
– Sí, la más famosa de todas las religiosas es Sor Esque… ¡vamos! ¡tú, tiras papelitos! ¡parece mentira!
Bueno, vamos a ver, rostro compungido, si hace falta, una lagrimita. Toma, la pelotita de papel, como si a mí me importara que la cojas… ya te largaré yo después un cuento.
– Perdone, sor María, luego se lo explico…
¡Qué bien lo hago! Así, recatadita, si creo que hasta me puse colorada y todo. Para teatro la mierda de vida que hay que arrastrar. Así, ojitos suplicantes. Venga tía, cede, corta el rollo. Como me eches de clase y me cace la directora en el pasillo…
– Lo siento, no volverá a suceder, lo siento…
¡Qué pasada! ¡Lloro y todo! ¡Y encima parece que me da vergüenza el gimoteo! A lo mejor en vez de estudiar Empresariales me es más rentable el Arte Dramático. Así me gusta, que des la vuelta. ¡Joder, si hasta me está pidendo disculpas…! Venga, termina ya la escena de una maldita vez y deja que me siente. ¡Qué agobio! A Miriam la picaba yo para albóndigas, la mojigata, la cerda estúpida esa… ¿De que te reirás, so pava? Anda, qué bien te sienta eso de pava, con ese tipo y esos andares y esa papada estirada como si esperaras que te echen maíz… y con tus días facilitos reducidos a pasearte por el corral. Pero no hace daño el que quiere sino el que puede y te jodes, conmigo lo tienes crudo, mosquita muerta, a ver si crees que voy a darme por enterada de tus majaderías.
Y me lo he perdido. Me ha quedado en blanco Santo Tomás.
– ¿Puedes venir un momento, Esther?
– Sí, sor, desde luego.
– ¿Me lo explicas?
– ¿Lo del papelito?
– Sí. Hija, si tú que eres tan responsable, te vas a dedicar ahora a eso…
– Es que… bueno…
– A ver, no llores, ven al despacho. ¿Pasa algo? No será tan grave…
¡Maldita hija de puta! ¡Qué sabrás tú! ¿Es que no tienes nada que hacer, ni en que pensar? ¡Déjame en paz! Vaya existencia la tuya, dos clasecitas al día y a rezar… ¡panda de inútiles! Dormitar seis horas diarias en la capilla… ¡panda de hipócritas! A ese Dios vuestro le querría yo ver las barbas y me iba a explicar punto a punto esta maravillosa y perra vida. ¡Ah! Pero yo venceré, pasaré por encima de ti, monja entrometida, de todas vosotras, y de Él, si es preciso. Lucharé hasta lo más alto.
– Siéntate. Toma, sécate los ojos, no será para tanto. ¿A quién le enviabas el correo?
– A nadie, sor. Me los habían mandado a mí. Yo solo los devolvía.
– Por vía aérea.
—Lo siento, ya sé que no es la mejor manera, pero es que ya me tiene harta, quería darle con la bola en la cabeza, pero no tuve puntería.
– ¿A quién?
– Léalos.
– No, mujer, serán asuntos privados.
– ¡Qué va! Léalos… Anda que no los ibas a escudriñar, morbosa de mierda. A ver si crees que me engañas con ese barniz de ética barata.
– Bueno, parece algo bastante normal, Esther, el pobre chico…
– Yo no discuto que no sea normal, sor, pero es un pesado. Yo no quiero líos de chicos, bastante tengo con el COU. Se lo he dicho así de claro, y ni caso.
– Bueno, tú le gustas, eres guapa, formalita, buena estudiante… y él lo intenta. No tiene nada de malo porque además, lo hace con bastante elegancia… Ya te gustaría a ti haber encontrado algo más sabroso ¿eh? Pero te jodes, desde luego, David es de lo mejor que hay aquí.
– Sor, yo… yo no quiero novios. Ni ese ni otro. Lo que necesito es la mejor nota media posible, quiero solicitar una beca en una Universidad Privada, ya he hablado con ellos y tengo muchas posibilidades.
– Ya, si yo te entiendo, pero tampoco debes ser tan radical… con tus notas no tendrás problemas. Toma otro pañuelo. Hija, por Dios, no es para ponerse así…
– Me da rabia, me ha puesto en ridículo en la clase. Y ya le he dicho que yo paso.
– Será que no te llegó el que ha de ser.
– ¿Y por qué tiene que haber un chico? No, sor, no quiero.
– ¿No tendrás vocación religiosa?
– No, no. Tampoco es eso. ¡Venga ya! Como me hagas reír y me estropees la escena soy capaz de matarte. ¡Será cateta! A lo mejor es más taruga de lo que yo creía.
– ¿Entonces?
– Sor María, usted que es tan abierta (ese Dios tuyo me perdonará tamaña falsedad) ¿es que no puede entender que hay más caminos que casarse o profesar?
– ¡Vaya expresión! No sé si será una buena opción la soledad.
– Mejor sola sola, que sola acompañada o mal acompañada. No lo digo por las religiosas, por favor, no me malinterprete. Si te soltara lo que en realidad pienso te daba un soponcio. Venga, cacho de mema, corta el rollo y déjame ya.
– ¿Piensas en tus padres? Mira, el que a ellos no les vaya bien no quiere decir que a todos les pase lo mismo. Tienes que superarlo.
– Quizás… Así que era eso lo que tenías en esa fea cabezota. Pero bueno, pedazo de animal con hábito ¿desde cuando es superable encontrarte cada día con un papaíto empapado de vino hasta el culo sea la hora que sea? ¿Y lo de la cabrona de su mujer? Claro que tú no sabrás que es un viejo pendón corrido que ya ni siquiera gana para los gastos del día… ¡qué sabrás tú de superaciones! Y, por supuesto, no tienes ni idea de… lo otro. ¡Déjame en paz! Anda y que te aprovechen tus oraciones.
– ¿Me oyes, Esther? Digo que la mala experiencia de ellos no debe condicionarte a ti el futuro. Tú puedes ser muy feliz en tus relaciones… Se me va a escapar, voy a pensar en voz alta. Como vuelva a soltar otra chorrada de ese calibre pierdo el control.
– Disculpe sor, voy a llegar tarde a matemáticas… ¡vaya día llevo!
– Ve, hija, ve. ¿Quieres que hable yo con David?
– No, no creo que sea necesario. Gracias, sor María. Y perdone.
– Nada, nada, anda corre, ya hablaremos en otro momento.
¡Qué horror de mañana! Llevo varias horas maldiciendo, solo se me ocurren palabrotas y maldiciones. Ya me duele la cabeza de repetir lo mismo, es como un disco rayado dentro de mi cerebro. Y no hay forma de que me duela la tripa. Detesto hoy hasta las matemáticas, que es de lo que más me gusta. Las mates y la historia. Me encanta analizar las situaciones históricas, desenmascarar los errores de los paletos que por una simple decisión, más bien por una jodida decisión simple, desencadenaron tanto problema, y tan nefastas consecuencias. Pero hay que contar con los historiadores. No me creo más que la décima parte de lo que traen los libros, quién sabe cuantas bocas y manos han trastocado la información. Igual que con la literatura extranjera, solo se entera una del argumento y de la estructura, porque el estilo, la estética del lenguaje, los giros, las intenciones… todo eso se pierde con la traducción.
Las mates son entretenidas, pero hoy no me sale ni un cochino problema. No entiendo de dónde saca ese merluzo las soluciones. Con los profesores las clases son más llevaderas, son más objetivos, más fríos, hacen su trabajo y ya está. Pero las profesoras y las monjas, sobre todo algunas, van de educadoras, las muy cutres, y se lo creen, además. Van de madrecitas, algunas y de madrastonas otras, de gilipollas todas. Las que tienen hijos son más humanas, es cierto. Yo nunca tendré hijos. ¡Qué atrevimiento! ¡Qué crueldad, traer seres al mundo a sufrir, a explotarlos! Es la mayor de las insolencias, eso de procrear. Como la malvada que me parió a mí. ¿Para esto? ¿Para esto me arrancaste de la comodidad de la nada, de la no existencia?
No, bruja, a ti no hay Dios lo bastante grande que te perdone. Y no tengo otra salida que tirar hacia adelante. Recorreré el camino, llegaré a la luz y quizás pueda entonces arrancarme tantas espinas y a lo mejor hasta llegan a cicatrizar tantas heridas. ¡Llegaré, malditos, a no ser que me muera antes!
– Esther, ¿me escucha usted? ¿En qué nube se encontraba?
¡Joder! ¡Menudo susto! El pringado éste casi me para el corazón! ¡Déjame en paz! No me sale y ya está. Hoy no es mi día ¿vale?
– Lo siento, estaba distraída.
– Preste atención, no vaya a sentirlo más en el examen.
¡Vete a la mierda, imbécil! Éste es de los cretinos. El de Arte, sin embargo, es de los verdugos, menudo hijo de puta, habría que oír hablar a su mujer, si es que se atreve a hacerlo. Anda que si me los tropezara un día allí… como en la película del otro día, el guarro aquel que se encontró nada menos que con su propia hija.
Acabo de cargarme la tercera hora. Media mañana a la basura. La filo, las mates y el inglés. El inglés me preocupa menos, ya haré yo la traducción en casa, lo malo es que me ocupa tiempo, pero da igual, se me da bien, el inglés. Sin enterarme de letra. ¡Vaya día! Y esta maldita tripa sin dar señales. Esta tarde iré al centro de salud, a ver que milonga coloco. A Elena le pidieron que la acompañara el novio ¡qué cabrones! Y si yo digo que no hay tal novio… a ver, del Espíritu Santo. ¡Maldito hijo de puta! Y a ella no puedo decírselo… ya la veo, hecha una furia, encima; bramaría, acusándome, encima. Un día no me contengo y le arreo un golpe. Sería capaz de llevarme a la curandera esa… ¡mierda! Tengo que irme de esa maldita casa, no sé si podré aguantar toda la carrera, pero ¡qué remedio! ¡A ver qué hago! Podría denunciarlos. Cuántas veces lo he pensado, pero no quiero ser una marginada, un despojo en una casa de acogida. Iré a la Universidad, a la más prestigiosa. Me aseguraron la beca y me moveré como pez en el agua en su ambiente. Llegaré a lo alto ¡vaya si lo haré! Sacaré mi título, obtendré un buen empleo o montaré mi propia empresa… Llegaré, malditos, a costa de lo que sea, y saldré de esta sordidez para siempre, me lavaré toda la mierda en la que tengo que nadar. Iré al centro de salud. Robaré las pastillas si es necesario. De esta tarde no pasa.
Menos mal, la de Literatura no viene. Qué está enferma. Anda y que se muera, la vieja chocha esa. Solo sabe repetir como un papagayo los párrafos del libro, lo que salmodia desde hace cincuenta años. Es otra de las estúpidas. Si fuera hoy, no sacaría la carrera. Dicen que se metió a monja para poder comer, en la postguerra. No me extrañaría nada. Por lo menos no es cruel ni metomentodo. Con tal de no oír una mosca en clase, te deja en paz.
Debería aprovechar la hora libre para leerme a Santo Tomás. O para el vocabulario de inglés. No puedo concentrarme, he perdido tres horas y va la cuarta. No puedo leer. Es espantoso el rollo este, todos los párrafos parecen el mismo. Y dale otra vez con que si Dios existe o no. ¡Vaya objetivo, demostrar lo indemostrable! El filósofo este debía estar bastante ocioso para dedicarse a elucubrar así para al final terminar por acatar lo que de siempre le habían impuesto. Claro que por eso lo han hecho santo. Si hubiese concluido lo contrario, y lo habría hecho con el mismo esfuerzo, no aparecería en los libros. No entiendo nada, parece un puzzle, las mismas palabras colocadas de diferente forma en cada renglón. Pierdo la hora. Ya va a tocar el timbre. Parece que tengo un gato vivo en el estómago. Esos necios solo piensan en jugar, en divertirse, pierden, miserables, el tiempo sin motivo; vaya panda de niñatos odiosos, mis compañeros. Me carga Cristina, en especial. De santita por ahí, de buena samaritana, pedazo de hipocritona, lo que tiene es una soberbia escandalosa a la que alimenta haciéndose la filántropa… ¡anda y que te den! ¡a mí me vas a engañar tú!
Ya está aquí la de Lengua. Me gusta la materia y además, la tipa es la mejor de todo el claustro. Es tan clara que parece sincera. Ha sufrido, la mujer, con el baboso de su marido pero ha tenido ovarios para darle la patada y sacar a su hija adelante con su sueldo, que los profesores ganan bastante poco. Y sin hacerse la víctima. No puedo. La oigo como un ruido lejano, como quién oye llover. ¡Mierda! Toda la mañana a la mierda. ¡Dios! Solo se me ocurre ese palabro. Es como una obsesión que me martillea el cerebro. Da igual. No voy a ahogarme aunque la mierda me rodee, me inunde. Hace demasiado tiempo que me anega, pero saldré. ¡Tan seguro como que me moriré algún día!
– ¿Te pasa algo, Esther?
– No, no. ¿Por qué?
– Por nada, me parecías preocupada.
– Un poco cansada.
– Oye, que si me necesitas…
¡Vete a paseo, rica! Si te creerás que puedes ayudarme… ¡Ni siquiera tú! Necesito gritar. Gritar como una posesa, gritar hasta levantar un huracán que arrastre toda la podredumbre que me asfixia. Necesito estrangular al cerdo que me obligó a darme la vuelta, que me puso a cuatro patas y se quitó la goma, el muy puerco, el muy hijo de puta, ¡maldito! ¡maldito! ¡maldito! Necesito empezar a sangrar cuanto antes, revolcarme de dolor y golpearme la cabeza hasta convencerme de que no volverá a pasarme, de que no me engañarán más como a una colegiala… ¡maldito maníaco! Eso es lo que quiere, una colegiala a las doce de la mañana, con trenzas y uniforme, cada viernes. ¡Cerdo maldito! ¡Maldito!
– ¿Qué tienes, Esther?
– Me duele bastante la cabeza.
– Sí que tienes mala cara. A ver si vas a pillar un constipado.
– No sé.
– ¿Por qué no vas a la cocina y que te den una aspirina o algo?
– Sí, gracias. Es que ya me he tomado una antes…
Éste parece persona. Pero fíate tú. No acabo de clasificar al de Historia, ni me parece un idiota ni un sádico. No sé, a lo mejor es que es un gran cínico o todo a la vez. A lo mejor es marica. Eso de ser tan atento, tan pulcro siempre. Y soltero. Parece sensible y todo. Puede que sea marica. Ya puedes contar lo que quieras hoy, que para historias estoy yo. Menos mal que con la disculpa de que estoy mala no me importunará mucho. Además, él sabe que siempre participo, que estoy al loro y que después chapo, así que hoy, que me olvide. Si es necesario se lo digo así. Lo peor es que tendré que estudiármelo después sola.
Tengo que pensar en lo de esta tarde. A ella le digo que vengo al colegio a preparar un examen. La tarjeta sanitaria la tengo siempre conmigo, no hay problema. Lo peor será el culebrón que tengo que montarle al médico, y depende de con quién dé. Si topo con un carcundo o con una estrecha de mierda… Si me dicen que no, llamaré a la Comunidad. Quizás el departamento de Juventud, o de la Mujer… ¡yo qué sé! Como se entere la cabrona de mi madre es capaz de darme encima una paliza, y me dan ganas de escupírselo a gritos, para que vea que yo tenía la razón cuando pedí la píldora. Pero no, claro, no podía ser, que después me crecía el pecho y ya no daba el pego. ¡Y cómo me vendía después para estrenar los puñeteros y eternos catorce años! Por lo menos seis veces, ha colado lo del desvirgue. Y la pasta se la quedaba. Hasta este año. Le planté cara, la amenacé con irme de casa, al Tribunal de menores, y ahora mi dinero es mío. Aunque me roba, lo sé. ¡Si supieran las monjas como se paga el recibo del colegio cada mes! Y los libros y todo lo demás. Me dan ganas de gritárselo también, a ver dónde se les quedaba la caridad de boquilla, a ver cuánto tardaban en darme la patada en el culo santiguándose a dos manos para exorcizar al diablo.
– ...
– ¿Qué pasa?
– No te vi en el recreo y quería…
– Me lo pasé en el baño. No me encuentro bien.
– Siento lo de Filosofía. ¿Qué te ha dicho?
– Es muy comprensiva. No volverá a pasar.
– Puedo acompañarte a casa, te ayudo con la mochila y eso…
– ¡Déjame en paz!
– ¡Jo, tía! ¡Qué cardo! No te apures, ya me abro.
– ¡David!
– ¿Qué pasa ahora?
– Oye, perdona. Es que… ni te imaginas cómo me duele la cabeza.
– De todas formas conmigo vas siempre de cardo y la verdad…
– Es que te equivocas. Yo paso de tíos ¿vale?
– No me lo creo ¿Tú…?
– ¡Que tampoco es eso! ¿Qué te has creído? Necesito tiempo para estudiar…
– Dime ahora que no es por mí, que no es personal.
– No es nada personal.
– Encima cachondeo.
– Tómatelo como te dé la gana. Hay millones de chicas que… yo sé que hay una detrás de ti.
– Pero yo no soporto a Carla. Se lo he dicho. No me gusta y además no la soporto. No he jugado con ella. Me gusta hablar claro.
– Pero a mí no me dejas en paz.
– Si es que no me aguantas… me lo dices.
– No te voy a mentir ¿sabes? Me caes bien, después de todo. Pero nada más. Y no vuelvas a mandarme notitas.
Este pobre es un tonto integral. Podría utilizarlo, pero paso. Ni para eso quiero cerca un tío. Tampoco se lo haría, a él no. Es de lo mejor del colegio. ¿Soy un cardo? Pues ojo, no sea que os lastiméis. Me gusta eso, que me traten con cuidado, que pincho, que aprendan que todo ha de ser muy superficial, ojo con acercarse demasiado. Los viejos tienen en casa discos del año de la nana, de tangos. A veces el beodo pone alguno. Hay un tango que dice algo así como que hay que fingir para vivir decentemente y que del dolor se ríen los demás… ¡Menuda filosofía la de los tangos! La de la vida, la práctica, y no la de Santo Tomás, dándole vueltas a Dios y al libre albedrío… como si eso de ser libre fuese posible y además gratis.
Sacaré COU y me darán la beca, tengo buen expediente y lo mantendré. La selectividad no me asusta. La pasaré. Por otro lado, los ingresos familiares, ¡qué risa, familiares! Una mierda de pensión de invalidez del borracho. Me darán la beca. Acabaré mi carrera, tendré mi sitio, un lugar limpio. Un buen trabajo, dinero, una casa. Un apartamento, para mí sola no necesito más, un apartamento elegante con una asistenta que lo mantenga limpio y en orden. Los sábados haré la compra, y siempre habrá lo necesario. Por supuesto, gas ciudad. Cambiaré la pocilga por mi propia vivienda, y que se mueran de asco esos dos.
Se había estropeado la nevera, era Junio. La lavadora llevaba rota más de un mes. Era imposible colar más trolas en las tiendas. Apenas se comía, pero no faltaba el tintorro y la cerveza para ese par de inmundos y yo cumplía los catorce. La primera de mis virginidades pagó todo eso. Me llevó engañada, la muy asquerosa, me dejó sola allí con aquel hombre mayor y desconocido, que parecía tan amable, pero con una fuerza endiablada que me impidió escapar… me dio lo mismo llorar que llamarla a gritos, a él parecía que le gustaba mi desesperación y me hizo daño, un dolor irreparable, pero solo le guardo rencor a ella. La segunda, arregló la cisterna y la cañería de la ducha y puso un calentador de gas que la bruja me echaba en cara cada vez que me quejaba… “bien que te gusta ducharte” me decía. No, no hay Dios que te perdone. El alcohólico ni se entera de quién es su mujer, ni de lo que hace conmigo. Abre la nevera, que ya no es tan nueva y le basta con el olor para quedarse como un cacho de carne ebria.
Mejor pienso en el futuro, en mi futuro libre y honrado, para mí sola, y se me quitarán las ganas de llorar, este nudo que me ahoga. Recrearme en la idea de mi apartamento, en un edificio nuevo, con clase, donde el portero me salude con respeto y algún vecino me ceda el paso. Me compraré trajes de chaqueta y me pintaré las uñas, ya no tendré que aparentar más quince años, dejaré crecer las uñas y me cortaré el pelo y no volveré a tolerar una mentira, ni en mí ni en los demás, será un gran lujo que me permitiré, decir siempre la verdad y enterrar para siempre todo esto. Me iré lejos, donde la posibilidad de que alguien me reconozca sea ínfima. Antes debo eliminar la porquería que aquel maldito hijo de puta me ha dejado dentro. Voy a reventar de rabia, de tanto tragarme lágrimas; si no salgo pronto, si no llego a la calle no seré capaz de controlarlas. Voy a …
– ¡Ay, ay, Señor! ¡ Válgame Dios! ¡Sor Petra! ¡¡Sor Petraaa!! ¡Ay, que se me ha matado, la niña! ¿Puedes levantarte hija?
– Sí que puedo sor Antonia, no exagere, solo ha sido una caída tonta que… ¡ay!
– ¿Te has roto algo, hijita? Con el golpe que te has dado… ¿Dónde te duele?
– No es nada, me escurrí, me di con el borde de la escalera, pero no ha sido nada… ¡ay, espere, espere!
– No te muevas, voy a buscar a sor Petra ¿dónde se habrá metido esta monja si hace nada estaba aquí? ¡Ay, ay, ay!
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! Pero, si no me he caído por las escaleras… era lo que me faltaba… a ver, tengo que tranquilizarme… la cadera … no puede estar rota, me muevo… me duele pero me muevo, se me pasará… duele mucho pero tiene que pasarse… ¡qué pedazo de golpe me he dado! Esperaré, esperaré a que se me alivie… ¡Mierda!
– Pero Esther… A ver, ¿Puedes, hija? ¿Puedes levantarte? ¿Se te pasa?
– Sí, sor, gracias. Espere, poco a poco.
– Venga, apóyate en las dos, así. Vamos, hasta el sofá del recibidor… así… así…
– ¡Ay, pobrecita mía! También es mala suerte… venga, que no será nada… Mira que a la mejor de todas, pasarle esto…
– Gracias, sor Antonia. ¡Ay! Sor Petra, más despacio, por favor.. ¡uf! … si seré tonta…
– No digas eso, mujer, se cae un burro con cuatro patas, aunque sea poco afortunada la comparación.
– A ver… con cuidado… siéntate así…
– Se me ha roto el reloj.
– ¡Vaya por Dios! Bueno, eso es lo de menos ¿Llamamos a tu casa?
– ¡No! No, sor Petra, es que no creo que estén. Ya se me pasa, esperaré un ratito…
– Túmbate, hija, si estás más cómoda, ¿no sería mejor que te llevaran al médico? Por si acaso, digo yo…
– No, no sor. De verdad, que ya se me pasa, que no ha sido nada, no asuste usted a todo el mundo.
– Así me gusta, una mujer valiente. Esta sor Antonia, tan blandengue… Me voy a mi despacho, si me necesitan…
Sí, sor Antonia es una pobre cagada y tú una mula percherona. Venga, márchate de una vez, que lo que menos te importa a ti es mi caída, a no ser que afecte a los seguros del colegio, claro. Hombre, que detalle, me traes la mochila. Eres una bruta pero no una bruja, ni una arpía y no pareces tan ignorante. Sí, es más espabilada que las otras. Me ha afectado el golpe, no es normal eso de que me caiga bien una monja. Debe ser porque ya afloja el dolor y veo las cosas con otro color. Me he quedado la última, por culpa de David, y él ha salido echando humo, no me vendría mal que me llevase la mochila. No soy justa con él ¡Mierda! Nada es justo. Peor sería que le engañase, yo no soy como las otras, no puedo ser como las otras… ¡Qué alivio! Va mitigándose, se suaviza… un buen susto. Yo debería ser como las demás, una niñita cursi y mimada, protegida. Yo también tenía derecho a una vida normal, a una adolescencia alocada, a llegar a casa con algún suspenso. Yo me merecía enamorarme de cualquier chico y dejar que cualquiera de ellos se fijara en mí, y llorar cuando rompiésemos lágrimas limpias, no como éstas. Yo deseo, deseaba poder hablar sin tener que pensar dos veces lo que voy a decir, no tener que usar esta máscara que me oprime. Vivir sin miedo. Respirar sin odio. Yo necesito caminar sin que me apriete la vergüenza, necesito abandonar este recelo paranoico hacia todo, que va a enfermarme; quiero huir hacia delante, cerrar los ojos y haber saltado varios años sin recuerdos, necesito creer que algún día podré fiarme, que llegará un momento en que podré dejar que alguien confíe en mí…
– Esther, Esthercita, hija, no llores más… ¿no se te pasa?
– Sí sor, ya estoy casi bien…
– ¿Y entonces? Ese llanto tan amargo parece más de tristeza que de daño. ¿Es por el reloj, hija? ¿Te regañarán? Si tu no tuviste la culpa…
– No sor, yo no he tenido la culpa. Solo que debería ser más fuerte, no sé enfrentarme con las cosas, no supe… ¡Dios mío! ¡qué tonterías digo! Gracias, sor Antonia, si no fuera por usted… Ya me voy.
– ¡Esther! ¡Ay, como llevas el pantalón! ¡Ay, Virgen Milagrosa! ¡Tendrás que ir al médico! Ve al aseo, hija, y mira a ver si tienes heridas… A lo mejor es… Ve hija…
Me dan ganas de saltar hasta el techo. ¡Me ha venido! La muy traidora tardó una semana y después así, sin avisar, ni un tironcillo. ¡Me ha venido! ¡Me ha venido! ¡Qué poca cosa es la felicidad! Solo necesitar una compresa… ¡Mierda, me he dejado la mochila fuera… bueno, total, ya me he puesto perdida… pobre monja, ¡qué susto se ha dado!… en el fondo debe de ser una bendita. ¡Qué casualidad, hoy con el pantalón clarito! Vale, no importa, un montón de papel higiénico, la chaqueta por la cintura y lista. A casa. Y podré lavarme a gusto, ayer trajeron el gas. ¿Habrá hecho algo de comer, aquella desgraciada? Toda la tarde libre, libre para poder estudiar tranquila. Para digerir a Santo Tomás, para todo lo otro… mañana estaré al día. La felicidad dura solo un momento y mira, qué poco hace falta para sentirla, una compresa y tiempo para estudiar… ¡Lo que otras tienen regalado! No empecemos. Pensaré solo en que me he librado de una buena. Pero a ese cabrón le voy a poner en el condón pegamento instantáneo, la próxima vez. Una travesura de colegiala, grandísimo hijo de puta. Me faltan siete mensualidades de colegio. Y después la Universidad…
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