En el tiempo manso

ISBN-13: 978-84–16355-11-2

ISBN-E-Book: 978-84-16355-12-9

EDITORIAL: Bohodón Ediciones

Sinopsis

Loreto llega a la casa de la playa, donde duermen los recuerdos de su infancia, bordeando la locura. Desde la cotidiana necesidad de sobrevivir, se enfrenta a su pasado, tanto a su tiempo profundo y antiguo como al más reciente y trágico que la ha expulsado de la ciudad sin equipaje;  su natural rebelde va emergiendo, ayudándola a superarse.

En la mansedumbre con que transcurre el tiempo a orillas del mar Menor,  tampoco faltan problemas, y sin heroísmos estridentes, lucha por renacer, entre corruptelas municipales y el contrabando internacional. Respaldada por el sol, el viento,   las nuevas amistades y el amor,  no se rinde.

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Fragmentos del libro:

Así llega a la casa de la playa donde pasaba sus veranos infantiles, Loreto, la protagonista de esta novela. Lo sorprendente es que llegara, tal es el estado en que salió de Madrid:

      El pequeño automóvil, que circulaba tan cerca de la acera que parecía ir aparcando mediante un cuidadoso control remoto, se quedó clavado, de golpe, al asfalto; con un estertor, el motor se quedó en silencio, cesó el movimiento justo al lado de la verja blanca, pero nadie abrió la portezuela, nadie bajó del vehículo. Si hubiera llevado ventanillas tintadas, habría parecido el fantasma de un coche, pero tras el cristal, jaspeado de restos resecos de insectos de autopista, la silueta de una cabeza  se quedaba también inmóvil, y tras varios segundos, se dejó caer hacia delante en agitada crisis de llanto convulsivo.

 

Y ya en ese momento conoce a su vecina Santiaga, Santi, contrapunto humorístico de la trama, que le habla al perro … y mucho más:

–  Dile hola a Loreto, mi rey, llámala tú, mi tesoro – y sorprendentemente, el perro ladró.

–   No me lo puedo creer.

–   Anda, qué te pensabas, Lore, es muy inteligente el Terry ¿verdad, hijo? Vamos, llámala otra vez, que tú sabes. Dile que nos vamos de paseo.

 

En la ciudad dejó una tragedia, que se niega a abandonar su pensamiento:

¡Fernando! ¡Fernando! ¡Fernando! ¿Qué hiciste? ¿Qué dejaste que ella hiciera? Cierto, cierto, hace unos dos años que empecé a verte raro. ¡Y yo ciega, como cualquier idiota! Dos años de infierno tuviste, Fernando, pagaste bien tu culpa. No sé si tengo yo valor para enfrentarme a la mía.

  

A orillas del mar Menor encuentra a Enrique:

–   Podríamos ir a algún sitio.

–   Cierto, cada uno a su casa.

–   Para que no se acabe tan pronto la noche ¿te apetece bailar?

 

Y también los abusos inmobiliarios que despiertan su rebeldía innata:

      En los alrededores quedaban abundantes restos de la obra, quizá la monstruosidad aún no estuviera completa. Con una piedra intentó romper el enganche de la cadena a uno de los postes pero no pudo. Encontró una pequeña barra de hierro retorcido del forjado e intentó usarla como palanca para romper aquella anilla, pero tampoco fue capaz. Buscó una piedra mayor  y estaba golpeando con auténtica ira cuando una voz masculina la sobresaltó.

–   No es necesario. Todo el mundo pasa por los lados, o agachándose un poco y ya está.

–   Es que yo quiero romperla. Después pasaré, pero primero quiero dejarla en el suelo. ¿Quién se atrevió a cerrar un paso público a la costa?

–   Tiene usted razón, es bueno derribar los símbolos. Nos callamos a todo y así nos pasa lo que nos pasa.

–   Pues yo no. Desde que tengo uso de razón he llegado por aquí a la playa.

 

Rebeldía que la ayuda a pelearse con los corruptos municipales y a vencer:

–   ¿Es usted el concejal de urbanismo?

–   No –  y le dio la espalda tras aquella negativa tajante, disponiéndose a abrir la puerta del despacho.

–   Pero trabaja usted con él, porque veo que dispone de llave.

–   ¿Eh? Es que… es que yo soy el concejal de servicios industriales y urbanismo.

–   Pues no sabe lo que me alegro – y sin dejar lugar a réplica, Loreto se coló detrás de él, cerrando la puerta inmediatamente.

–   Usted dirá.

–   Eso de los servicios supongo que incluirá la limpieza urbana.

–   Pues sí.

      Y sin más explicaciones, Loreto le alargó la copia de la solicitud que ocho días antes le habían sellado en el mostrador de la planta baja. Parapetado tras su mesa, con unas gafas minúsculas para leer, le echó un vistazo sin demasiada atención y lo tiró sobre el brillante tablero.

–   ¡Ah, bueno! Pero eso ya se solucionó.

–   No.

–   ¿Cómo que no? ¡Yo mismo di orden de hacer esa limpieza!

–   Tal vez, pero no lo han hecho.

–   ¡De eso nada! ¡Le digo que ya he dado la orden! ¡Y viene usted a decirme que no fueron a limpiar! ¡Viene aquí con la historia de que no se ha limpiado! ¡Es que se lo demuestro, mire usted! Que aquí se trabaja a conciencia, hombre… vamos que…

 

Los abogados intentan deshacer la liada madeja que arrastra y cuyo epicentro sigue en Madrid:

–   Tenemos un problema, Loreto. Un problema que se llama Ángel José Carcato Pérez.

–   ¿El hermano de Fernando? ¿Qué ocurre con el Angelito?

–   ¿Qué tipo de relación mantienen ustedes? Quiero decir, si se llevan bien.

–   Ni bien ni mal. Ese va a su aire. Está soltero, vive con la madre.

–   ¿Y con su hermano? ¿Se llevaban bien?

 

Y Luca, inspector de policía, intenta desenmarañar la suya, contando con la providencial ayuda de Loreto, que no duda en pisar cuantos charcos le ofrece la vida:

      Cuando Loreto volvió a salir, directa hacia el candado de la verja, Emilio Luca, desde la mitad de la calle, con la mano derecha haciéndole de visera, oteaba el tejado.—   Necesito trabajar en tu casa unos días.

–    ¿Y eso?

–   No pongas esa cara, si fuiste tú la que me dio la pista.

–   Es por ellos ¿verdad?

–   Sí, es por ellos. La verdad es que te estoy muy agradecido. No tienes ni idea de la colmena que es esta zona, en realidad, cualquier zona turística.

 

Tampoco tienen desperdicio los vecinos ingleses, poco representativos de la popular flema británica:

–   ¡Eh! ¿Qué ha pasado? – Loreto no pudo evitar intervenir, tal vez por el susto – voy a llamar a la policía ahora mismo.

Ambos se giraron como si les hubiera evaporado el alcohol instantáneamente. Hicieron frente común, incluso Sarah intentó sonreír apartándose los pelos de la cara.

–   Oh no, no no…

–   A una ambulancia, estás herida.

–   No es nada – Peter no tuvo más remedio que descubrir su bien guardado secreto lingüístico – Sólo un rasguño. Jugando ¿si?

–   No me gustan vuestros juegos. No me gustan nada. Aquí los malos tratos suponen cárcel y la próxima vez que decidas apalear a tu mujer llamo a la policía, al primer intento. Y no pongas esa cara de idiota que sé que me has entendido perfectamente, así que explícaselo a ella bien, porque a la primera voz que levante, tenéis a la pasma aquí. ¿OK?

–   Sorry. Sorry. No problem … no problem…

 

Y aventura  tras aventura,  incluso un crimen,  logra serenar su cabeza y también vence a la voz que la acosa. Su nueva vida emerge de la mano de la buena gente que encuentra ;  y del gato, que se llama Chus pero al que ella llama Peque:

El espacio libre, ¿te das cuenta, Peque? Espacio libre e ilimitado para poder vivir en él, en equilibrio con el tiempo, el tiempo bondadoso, acompasado que nos toca ahora. Vivir, Peque, vivir… en este tiempo manso…

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