Un álamo en otoño

ISBN-13: 978-84-92775-33-5

ISBN-E-Book: 978-84-92775-84-2

EDITORIAL: Bohodón Ediciones

 

Sinopsis:

A los cuarenta años, la vida de Elena Lucide atraviesa un acentuado punto de inflexión: accede a un trabajo fijo y satisfactorio en el que descubre su vocación como profesora universitaria, encuentra la rara perla de la amistad perdurable y además, le cabe el privilegio de conocer el amor. Tiene la impresión de haber perdido esos primeros cuarenta años porque en realidad, la existencia bajo sometimiento, no es una  vida verdadera.

A los cuarenta años, la profesora Lucide empieza a apreciar las “hebras doradas” de su tapiz vital, las que hay que reconocer para disfrutarlas en el momento en que aparecen,  las que hay que guardar para deleitarse mediante el recuerdo. Los otros hilos son oscuros, ásperos , amargos, horrísonos o pestilentes, y aunque más numerosos, son los que es preciso olvidar, tras superarlos, para valorar con cierta justicia el resultado final del bordado.

Y en el ocaso, al final de su  otoño presidido por los álamos,  reconoce que, aunque tal vez con cierto retraso, ha sido capaz de cumplir su misión y ha valido la pena.

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Fragmentos del libro:

La protagonista es Elena Lucide; consigue su primer trabajo serio a los cuarenta años, como profesora de universidad, tras mucho aguantar las condiciones adversas, por ejemplo, de la suegra:

—¿Adónde vais?

—A dar una vuelta.

—Ya, y a gastar lo que no hace falta, porque como no sabéis mirar por el dinero… Como si se encontrara por el suelo o creciera en los árboles. Simón, a ver, ¿adónde vais?

—Mamá, no sé, al cine, a tomar algo…

—¡Qué disparate! ¡Qué disparate! ¡Al cine teniendo televisión en casa! No sé para qué queréis la tele, para que suba el recibo de la luz. Y a comer cualquier basura, teniendo en casa de todo… ¡Este despilfarro va a parar en la ruina! ¡Toda la vida trabajando y ahora en cuatro días, me vais a dejar en la miseria!

—Venga, madre, no exageres. Además, qué puñetas, gasto lo mío, ¿o es que no tengo mi sueldo?

—Hay que mirar para el día de mañana, no se puede tirar así… no se puede… y no te crie yo en el despilfarro, pero desde que entró aquí esa derrochona…

 

 

Y después, en el medio entre su poco recomendable marido y  su quejicosa madre:

—¿Qué es lo que pasa?

—Nada, mamá, ya le busco yo esos calcetines.

—¿Cuáles son? A ver si van a estar en el tendedero.

—No, son aquellos marrones finitos que hace tiempo que no se pone.

—Entonces no, todos los que se han lavado esta semana son negros y grises.

—Aquí están, se habían quedado atrás en el cajón.

—Si no lo veo, no lo creo. ¿Por qué se ha puesto así, por unos calcetines?

—Eso parece. Últimamente está insoportable.

—Esos gritos, esas voces… si tengo miedo de que los vecinos llamen para ver qué nos pasa…

—Cállate.

—Hay que ver, que para mí no hay otra orden que callarme… me canso, hija, me canso.

—¡Mamá!

—¿Es que no lo ves? Se pone como un energúmeno por todo, estos escándalos… en mi casa nunca ha habido escándalos… Si me da hasta vergüenza encontrarme a la gente en el portal, qué dirán de nosotros…

—¡Que te calles, que ya sale del baño!

—¡Señor, Señor! ¡Si no lo veo, no lo creo! Si antes no era así… ¡hala! Yo a la cocina o a mi cuarto. A este paso me veo en el asilo. Eso debe de ser, que me quieren mandar al asilo y mi hija no se atreve a decírmelo.

 

 

Y de pronto, le sonríe la vida y encuentra un trabajo que le apasiona y en la que puede desarrollar su potencial y demostrar su valía:

—No me extraña que la quieran los alumnos.

—Me revientan las injusticias.

—Estoy segura de que es buena en su trabajo, se nota que tiene vocación.

—Un poco de sentido común.

—Una semana intensa, ¿eh?

—Sí. No quedan calificativos para aquellos días.

 

 

 Y el mejor de los amigos, Perfe, con el que poder hablar de cualquier cosa: 

—Así que hay que poner interés, pero sin obsesionarse.

—Eso es. El destino, la casualidad, Dios… llámalo como quieras, te proporciona las figuras a capricho, y tu juego es tuyo, depende de ti.

—No estoy segura de sobre qué estamos hablando.

—De lo que tú quieras que sea.

—Gracias. Guardaré tu secreto

—Elena… si necesitas hablar… sabré corresponderte con la misma discreción.

—¿Hablar?

—Por si esas lágrimas que se asomaban a contemplar la danza de las hojas amarillas fuesen algo más que emoción ante la belleza.

—Te fijas en todo. Gracias, Perfe. Hasta mañana.

—Elena…

—¿Qué?

—Hay una diferencia enorme entre el tetris y la vida.

—Ya me lo supongo.

—A jugar se aprende jugando, y la vida no permite ensayos. 

 

Sobre todo, encuentra a Alan Aylmer, su álamo:

            Más que nunca es un álamo dorado, un álamo de otoño, espléndido, ígneo. Me atrae, me envuelve en un halo irresistible; sé que camino, pero no noto mis pasos. Desde muy lejos me llega el leve chasquido de la puerta que se cierra detrás de mí. Me apoyo en el magnífico tronco del álamo. Sus ramas me rodean, trepan por mi espalda. Cierro los ojos.

 

Tras el vuelco total de su vida, Graciela se convierte en su preocupación:

      Fue la primera vez que oí a Alan gritar. Graciela Aylmer tenía diecisiete años y no entraba en razón, quería destrozar su vida y parecía que iba a lograrlo. Creo que también fue la primera vez que vi una brizna de temor en los ojos de mi hija. Se sentó, aunque evitaba mirar de frente y mucho menos a la cara de Alan.

—Bien, hablemos. Pero quiero respuestas sensatas y válidas.

—Yo también.

—Me ha parecido entender que deseas dejar los estudios.

—Eso es.

—¿Deseas ganar dinero?

—Sí.

—¿Tienes trabajo?

—No.

—¿Hay algún trabajo, algún oficio que te guste?

—No… no lo sé.

—Entonces no se trata de una vocación determinada.

—No.

—¿Alguien te ha ofrecido trabajo?

—Aún no.

—Yo te lo ofrezco.

—¿Qué?

—En la empresa habrá algo para ti.

—¡De eso nada! Si crees que vas a ponerme a limpiar suelos en tu fábrica para que escarmiente y cambie de opinión, vas listo.

 

La vida de Elena Lucide ha merecido la pena.

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